sábado, 21 de marzo de 2009


“LA COYUNTURA REVOLUCIONARIA PREVIA AL ESTABLECIMIENTO DEL COMUNISMO DE GUERRA”

por Lic. Enzo Ricardo Completa.


Consideraciones preliminares:

Suele pensarse al siglo XX como una centuria “corta”, que empieza con la Primera Guerra Mundial y el estallido de la Revolución Rusa -en los años 1914 y 1917, respectivamente- y que termina unos setenta años más tarde, con la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.) y la caída del Muro de Berlín.
Era de guerras y regímenes dictatoriales, tiempo de ideologías devenidas en sociedades, este siglo falto y escueto se nos antoja todavía desconocido. Se sabe, el capital y su doctrina a la postre resultaron vencedores de la no tan gélida Guerra Fría. Una victoria absoluta, dirán algunos, superadora del antiguo modelo geopolítico bipolar. La puerta de entrada hacia una nueva crisis, dirán otros, crisis de los Estados Nación, de las economías nacionales y del Estado de Bienestar.
Sea como fuere, puede coincidirse en algo: el siglo XX nos afectó y mucho. Lo observamos nacer, desarrollarse y fenecer. Intervenimos –por más mínimo que haya sido nuestro papel- en buena parte de sus dramas y tragedias. Más aún, forjamos nuestras opiniones en base a sus episodios y acontecimientos, entre ellos, la todavía parcialmente inexplorada revolución bolchevique de 1917, sin lugar a dudas el acontecimiento del siglo XX por antonomasia.
Si se extirpara de la centuria pasada a la Revolución Rusa y sus innumerables ramificaciones políticas, el tamaño del siglo se vería reducido a un tercio. Tal es su importancia. Tal su extraordinaria influencia sobre los hechos del presente y del futuro. De ahí, entonces, la ineluctable necesidad de detenernos en el análisis de la génesis del régimen soviético, esto es, en el turbulento período previo a la instrumentalización del denominado “Comunismo de Guerra”.
¿Cuáles fueron las verdaderas causas que dieron origen a este primer comunismo? ¿Surgió de manera espontánea, fue concientemente implantado por el partido bolchevique o bien emergió como una consecuencia imprevisible de la Gran Guerra? La innumerable cantidad de leyes, disposiciones y decretos sancionados por el gobierno bolchevique con posterioridad a la revolución de octubre de 1917 ¿reproducen fielmente el ideario político de Marx o bien, por el contrario, rompen con el mismo, evolucionando hacia una nueva forma de organización social más acorde a las nuevas circunstancias históricas?
Como puede apreciarse, son muchos y variados los interrogantes que dan origen al presente ensayo. El mismo, en este sentido, avanza sobre buena parte de ellos, buscando explicaciones en la coyuntura histórica de las revoluciones previas a la implementación del Comunismo de Guerra. Indudablemente, el precipitado proceso de comunistización de la sociedad rusa, evidenciado a principios del siglo XX, se encuentra directamente relacionado con el desordenado proceso de reestructuración del poder ocurrido en la Rusia luego de la caída del zarismo.

La coyuntura revolucionaria de 1917:

Promediando la última década del S. XIX la situación general de Rusia hacía prever la ocurrencia de una revolución. El retraso general del país, la persistencia de la monarquía absoluta, la miseria campesina, el crecimiento de un proletariado de obreros fabriles en las ciudades y el no tan lejano asesinato del Zar Alejandro II, en el año 1881, parecían motivos más que sobrados para pensarlo.
El momento pareció haber llegado en 1905. Rusia había sufrido en aquel año la derrota con Japón por el dominio de Corea, lo cual había generado toda una andanada de críticas a las altas esferas políticas rusas. Las manifestaciones que se dieron en San Petesburgo -pacíficas, con el objeto de pedir reformas liberales al Zar Nicolás II- fueron disueltas a tiros. La indignación era inmensa: huelgas obreras, manifestaciones campesinas y rebeliones militares se sucedían al unísono. El poder del Zar tambaleaba por primera vez. En aras de conservar su imperio tuvo que ceder ante la fuerza de los reclamos populares, reconociendo ciertas libertades civiles y estableciendo una Duma legislativa.
La revolución de 1905, sin embargo, cayó derrotada dos años más tarde. ¿La razón? Muy sencilla. Una vez terminada la guerra con Japón, el Zar les ordenó a sus tropas dirigirse hacia las aldeas campesinas que se habían amotinado a los efectos de arrestar a los activistas políticos más representativos. Acto seguido, dejó sin efecto la totalidad de las concesiones constitucionales otorgadas al pueblo, restaurando nuevamente su autocracia.
Llegado el año 1914 estalló la Gran Guerra, la cual le ocasionó a Rusia un alto número de derrotas militares, pérdidas humanas, heridos y prisioneros. Los abultados gastos del conflicto bélico terminaron de empobrecer a la monarquía, provocando un aumento exponencial de la pobreza, el hambre y la inflación. Como consecuencia, a poco de empezar la guerra buena parte del campesinado (obligado a dejar sus labores en el campo para ingresar en un ejército mal armado) empezó a insubordinarse y desertar. La escasez de alimentos, combustibles, medicinas y armamento, sumado a la presencia de un invierno sumamente frío en el año 1916-1917, desencadenaron el descontento del resto de los soldados y su posterior deserción del frente de batalla por millares.
El pueblo ruso había perdido su confianza en el Zar. Como consecuencia, las calles de San Petesburgo (rebautizada como Petrogrado al comenzar la guerra mundial) comenzaron a inundarse de manifestantes que reclamaban distintas cuestiones: cambios en el gobierno, entrega de alimentos, el fin de la guerra, mejores condiciones de trabajo, tierras, etc. Según Figes y Kolonitskii, “el hecho de que la mayoría de la gente tuviese experiencia previa en huelgas y manifestaciones ayudó a su organización. Los obreros de Petrogrado, en particular, tenían una larga tradición de activismo en los sindicatos y la mayoría se acordaba de la Revolución de 1905”.
Los hechos se sucedieron muy rápido. Las manifestaciones pronto se transformaron en marchas masivas repletas de campesinos, obreros y soldados. Las huelgas de determinados sectores fabriles, por su parte, devinieron en un paro total del movimiento obrero –entre ellos los empleados del ferrocarril- lo cual asestó un verdadero golpe de gracia a la autocracia zarista, impidiendo la llegada a las ciudades de tropas leales al Zar Nicolás II.

“El desplome de la autocracia Romanov, en marzo de 1917, fue una de las revoluciones más espontáneas, anónimas, no dirigidas de todos los tiempos (...) nadie, ni siquiera entre los dirigentes revolucionarios, comprendió que las huelgas y motines del pan, que estallaron en Petrogrado el 8 de marzo, culminarían en el motín de la guarnición y en la caída del gobierno, cuatro días después”.

En las provincias, la noticia fue recibida con algarabía. Manifestaciones espontáneas, desfiles triunfales, destrucción de águilas y retratos del Zar y la continua entonación de marchas tales como la Marsellesa o la Internacional adornaron una multiplicidad de fiestas populares (llamadas comúnmente “festivales de la libertad”) organizadas con el fin de festejar la resistencia al régimen zarista. La Revolución de Febrero, de esta forma, adquirió un carácter profundamente simbólico que se extendió hasta mucho tiempo después del derrocamiento de la dinastía Romanov.
Mucho tuvo que ver en esto el culto a la figura de Alejandro Kerensky, sin dudas el hombre más importante e influyente de la época. Así, “en un momento en que se estaban creando las estructuras de poder en una Rusia revolucionaria, Kerensky ya disfrutaba de considerable autoridad. Se le conocía como abogado defensor en juicios políticos, como miembro de la comisión que investigó los acontecimientos de la masacre de Lena en 1912 y como uno de los más sinceros miembros de la Duma”.
Su posición como vicepresidente del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado durante los días de febrero, por su parte, le permitió tener una actuación destacada en la revolución, organizando las manifestaciones populares, ordenando el arresto de los ministros zaristas, sublevando a los soldados y llamando a la desobediencia civil.
Para muchos analistas políticos de la época, Kerensky se encontraba en el lugar indicado en el momento preciso. De ahí, entonces, que a los providenciales líderes de la Duma no les quedara otra opción que darle una participación destacada en el Gobierno Provisional. Su reputación, simplemente, se había extendido demasiado como para prescindir de sus servicios.
El primer Gobierno Provisional ruso -presidido inicialmente por el conde G. E. Lvov y luego por Kerensky- asumió la forma de un gobierno de coalición entre partidos burgueses (como el kadete) y partidos socialistas reformistas (entre ellos el menchevique, el partido de Kerensky, el socialista revolucionario, los trudoviki, etc.). Dicho pluralismo, sin embargo, no logró menguar la polarización política producida por el creciente poder de los Soviets, los cuales se habían convertido en una verdadera alternativa de gobierno.
Ante la disyuntiva de poder (y en ausencia de Lenin) las altas esferas del partido bolchevique decidieron brindar su apoyo al Gobierno Provisional. Tras el regreso del líder a Petrogrado, en el mes de abril, las cosas volvieron a quicio. Para Lenin, debía derrocarse al gobierno burgués de Alejandro Kerensky. En cuanto a la guerra, había que darla por concluida de inmediato, por ser una guerra imperialista por el reparto del mundo y por el nuevo reparto de las colonias. “El capitalismo –dirá un año más tarde- se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países avanzados. Este botín se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armados hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo”.
¿Qué sentido tiene –preguntaba constantemente Lenin a quien se dignara a escucharlo- el participar en una guerra imperialista y fraticida que engaña, divide y lleva a una muerte segura a trabajadores de distintos países? La misión del partido bolchevique, a su entender, debía consistir en transformar esta gran guerra imperialista de naciones en una guerra civil de carácter mundial, supresora del Estado y de las clases sociales.
Con sus promesas de pan a los trabajadores urbanos, de tierras a los campesinos y de paz a los soldados, comenzó a forjarse el apoyo político que necesitaba para llevar adelante su plan. Unas pocas pero eficaces consignas resumieron su estrategia revolucionaria: “Abajo la guerra” y “Todo el poder para los Soviets”. Este tipo de frases –siempre enérgicas y de fácil memorización- supieron calar hondo en el ideario popular ruso, siendo coreadas de inmediato en manifestaciones y reuniones obreras de la época.

Llegado el mes de junio de 1917 se produjo un resonado fracaso militar en el frente de batalla ruso, lo cual socavó sensiblemente el prestigio del “camarada héroe” Kerensky, por aquel entonces Ministro de Guerra del Gobierno Provisional. Muchos oficiales de alto rango se habían mostrado preocupados por la ofensiva que el ministro planeaba realizar. Kerenski, sin embargo, hizo caso omiso de las críticas y ordenó un ataque masivo que a la postre resultó funesto para sus tropas.
Extrañamente su situación personal dentro del Gobierno Provisional resultó favorecida con la derrota: toda la responsabilidad de la frustrada maniobra bélica recayó en los hombros del Príncipe Lvov, quien debió renunciar a su cargo de Primer Ministro. En su lugar asumió Kerensky, quien en un intento desesperado por recuperar la gobernabilidad perdida decidió convocar a una “Coalición entre la Duma y el Soviet”, esto es, entre los sectores socialistas y liberales de Rusia. A partir de entonces, el destino de la revolución pasaba a depender de él y solamente él. Su popularidad, no obstante, se encontraba en franca caída.
Orlando Figes y Boris Kolonitskii aseguran que el fuerte personalismo impreso a la gestión de Kerensky hizo que se personificaran en él los errores del gobierno. “El final de la autoridad de Kerensky se manifestó en las crecientes críticas y en el aumento de la oposición a su gobierno. Al decaer el interés en una coalición, hubo un aumento correspondiente en el número de ataques personales a Kerensky, tanto de la derecha como de la izquierda. La difusión de habladurías y rumores malvados parecidos a los que habían contribuido a la caída de los Romanov fue la demostración más chocante de la transformación de su imagen”.
El 25 de octubre (7 de noviembre en el calendario occidental) se desencadenó una nueva revolución dentro de la revolución. Los bolcheviques -bajo la dirección del Comité Militar Revolucionario, presidido por Trotsky- atacaron y ocuparon algunos puntos estratégicos en Petrogrado, obligando al Gobierno Provisional de Kerensky a dimitir. “Fue un golpe sin sangre. El Gobierno Provisional se vino abajo sin resistencia. Algunos de los ministros fueron detenidos. El primer ministro Kerensky huyó al extranjero”.
Un día después del derrocamiento, el II Congreso Panruso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados proclamaba el traspaso de la autoridad a los Soviets, sancionando tres importantes decretos. Por el primero de ellos se instaba a los obreros de Europa a poner fin a la guerra. El segundo creaba un Consejo de Comisarios del Pueblo, autoridad máxima de la nación a partir de entonces. El tercer decreto, finalmente, versaba sobre la propiedad de la tierra y la socialización de la agricultura.
Con estas medidas comenzaba a tomar forma el denominado Comunismo de Guerra, período de comunistización por excelencia de la sociedad rusa.

La estrategia de la revolución:

“En 1917, Rusia constituía un auténtico subcontinente, poblado por más de 150 millones de campesinos sin instrucción, con una clase obrera sometida a pruebas colosales, guerra mundial, revolución, guerra civil, y una economía colapsada por el sabotaje de los antiguos propietarios y la agresión militar de los imperialistas de occidente”. Con todo, la estrategia revolucionaria del partido bolchevique fue clara desde un principio. Nada hubo de espontáneo en sus acciones pre-revolucionarias, mucho menos en los hechos que se desencadenaron a fines de 1917.
Según advertía el propio Lenin, los bolcheviques cometerían el peor de los pecados si se confiaban en la espontaneidad revolucionaria del movimiento obrero. Para Lenin los obreros naturalmente no tienden a convertirse en socialistas sino más bien en sindicalistas. El socialismo, por tanto, debía serles inculcado desde el partido, esto es, desde una organización rígida y centralizada, de tipo militar, compuesta por una minoría de intelectuales de clase media altamente versados en la ciencia del materialismo dialéctico e histórico, profesionales de la revolución. Esta era, exactamente, la tarea que el líder de los bolcheviques le asignó a su partido en sus obras ¿Qué hacer? (1902) y Un paso adelante, dos pasos atrás (1904). Una labor militante, sumamente activista y provocadora, movilizadora de las distintas capas de la sociedad rusa.
Sólo 25.000 afiliados al partido bolchevique bastaron para organizar la revolución en el vasto territorio ruso. “Nadie hubiera dicho que aquel puñado de obreros mal vestidos, dirigidos por unos pocos hombrecillos, de perilla y gafas, empleados, abogados y profesores que solían tomar la palabra en cualquier sitio que les dejaran, estaba abriendo la ventana para que entrara el huracán del tiempo”. Tampoco que el marxismo podía triunfar en una nación industrialmente subdesarrollada, con un proletariado numéricamente débil y una población fundamentalmente agraria y primitiva, características éstas de un país atrasado y colonial.
Para Marx y Engels –recordemos- las revoluciones no eran hijas del atraso. La revolución proletaria sólo llegaría si se la realizaba de manera simultánea por los trabajadores de los países capitalistas más adelantados. Nunca podría ser exitosa si se la pensaba para un único país, mucho menos si el mismo se encontraba económicamente atrasado. Para Lenin, en cambio, las condiciones materiales de existencia de la sociedad rusa hacían posible la ocurrencia de una revolución socialista incluso antes que en los países económicamente desarrollados de Europa o América del Norte. La revolución, de esta forma, se constituiría en la vía de modernización por excelencia para una Rusia predominantemente rural y aldeana.
Según el líder del bolchevismo, la tesis marxista relativa a una revolución universal emergente exclusivamente de la lucha del proletariado en los países capitalistas “sólo era aplicable a la fase pre-monopolista del capitalismo”. A su entender, desde la muerte de Marx el capitalismo no había hecho más que fortalecerse, evolucionando desde su antigua forma industrial a una etapa financiera, del tipo monopólica e imperial. Como consecuencia, lejos de circunscribirse la explotación burguesa al ámbito de las fábricas instaladas en los países más desarrollados, a comienzos del siglo XX el capitalismo -devenido ahora en imperialismo- se dedicaba a extraer grandes cantidades de plusvalía de las naciones más atrasadas del mundo.
Esta nueva forma de explotación, según sus propias palabras, posibilitaba que los grandes capitalistas (organizados en trusts, sindicatos y cartels) pagaran altos salarios a su mano de obra nacional, lo cual demoraba de manera sensible la llegada de la revolución socialista y su posterior victoria, por haberse convertido en un hecho absolutamente superfluo para el proletariado.
El capital –dirá Lenin- ha encontrado una forma temporal de demorar la lucha de clases. Con la llegada del imperialismo, la geografía de la revolución se había desplazado hacia los países menos desarrollados del mundo, es decir, hacia aquellos países eminentemente campesinos en donde la cadena del imperialismo tenía su eslabón más débil. La revolución Rusa, de esta forma, se encontraba más cerca de concretarse que nunca. Sólo restaba sumar (esto es, activar políticamente) a las numerosas capas no proletarias de la sociedad, entre ellas a la pequeña burguesía, a los intelectuales y al campesinado medio. Restaba convencerlos de la imperiosa necesidad de marchar hacia el establecimiento del socialismo.
“¡Abajo la guerra!”.
“¡Todo el poder para los Soviets!”.
“¡Muerte para el traidor de Kerenski!”
“¡Larga vida al camarada Lenin!”

La maquinaria propagandística del partido bolchevique ya se había puesto en marcha, inundando las paredes de Petrogrado con sus lemas y distintivos, enarbolando sus enormes banderas rojas, editando las obras de Lenin (y luego de Trotsky) en formato de panfleto, repartiendo propaganda subversiva, etc.
Tomar el poder, puede decirse, fue una tarea medianamente sencilla para Lenin. Su verdadero problema comenzó a la hora de gobernar. Después de todo, su poder político se sostenía tan sólo por un grupo reducido de revolucionarios organizados en torno a un partido político sin un programa de gobierno. Debía dotarse de contenido a la dictadura del proletariado.

Las primeras medidas:

La fecha del golpe se programó para que coincidiera con la celebración del II Congreso Panruso de los Soviets. El partido bolchevique controlaba la mayoría de los delegados del Congreso, razón por la cual consiguió que se nombrara al camarada Lenin como líder del Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), la principal institución a cargo del gobierno provisional del país bajo la autoridad del Congreso hasta tanto se constituya una Asamblea Constituyente.
Como Comisario del Pueblo inicialmente Lenin se encargó de velar por el fiel cumplimiento del decreto sobre la propiedad de la tierra, primer remedio bolchevique para los numerosos males de la economía rusa. Cuatro meses más tarde se sancionó la Ley de Socialización de la Tierra del 19 de febrero de 1918 –complementario del anterior decreto- por la cual se estableció la confiscación sin indemnización de todas las tierras de los terratenientes, la nobleza y el clero, reservándose el derecho de su utilización solamente a aquellos campesinos que efectivamente pudieran cultivarlas. “Los derechos sobre los minerales y otros derechos de tipo subsidiario –por su parte- quedaban reservados al Estado. La compra, venta y arrendamiento de la tierra, así como el empleo de trabajo asalariado, quedaban prohibidos”.
Con estas medidas se buscaba socializar la actividad agrícola de manera armónica, evitando el acaparamiento de tierras por parte de grandes terratenientes. La armonía, sin embargo, estuvo muy lejos de alcanzarse. Así, se sabe que “en muchos casos (aunque no en todos) el propio propietario fue violentamente atacado, y los edificios quemados para asegurar lo irrevocable de la transferencia”. En el interior de las provincias, por su parte, cada soviet local campesino llevó a cabo sus propios arreglos expropiatorios “que variaban mucho según las regiones y aún dentro de una misma región”.
Con todo, la revolución agraria tuvo en sus comienzos un efecto poderosamente nivelador de las clases sociales. En este sentido, la mayor parte de los campesinos pobres recibieron tierras nuevas (no siempre aptas para el cultivo), disminuyendo el tamaño medio de las parcelas casi a la mitad. “El campesinado se benefició, también, de la abolición de las deudas y la obligación del pago de rentas a los propietarios no campesinos”.
Por otra parte, un amplio número de campesinos acomodados (denominados “kulaks”) y de soldados licenciados y desertores del ejército (que todavía se encontraban armados) se vieron favorecidos con la redistribución, utilizando métodos agresivos de presión sobre los terratenientes a los efectos de asegurarse una buena cantidad de tierras. Esta situación tuvo lugar, fundamentalmente, durante los años siguientes a la guerra.
Como puede apreciarse, el caos y la desorganización se impusieron a la hora de fragmentar y asignar propiedades. Esta situación, demás está decirlo, repercutió directamente en el sistema productivo ruso, paralizándolo de inmediato. En este sentido, según Teodor Shanin “se registró un cambio agregado descendente en la cantidad de superficie sembrada y en el número de caballos por unidad doméstica campesina” , lo cual se tradujo en un empobrecimiento económico real del campesinado como grupo como consecuencia de la Gran guerra, de la guerra civil y de la revolución.
El hambre provocado por la escasez de alimentos en las ciudades, el racionamiento impuesto desde 1916, el colapso de la economía monetaria y del sistema salarial, la extensión de la guerra civil y la propagación de una epidemia de tifus hicieron insostenible la situación para las autoridades bolcheviques. Si se quería terminar con la anarquía, debía fortalecerse la autoridad estatal fomentando el intervencionismo.

Llegado el 27 de noviembre de 1917 entró en vigencia un decreto sobre el control obrero. Según la nueva normativa, quedaba abolido el secreto comercial, autorizándose a los comités de fábrica (surgidos con posterioridad a la revolución de febrero que derrocó al Zar) a decidir respecto de la producción, venta y distribución de todos los artículos que se produjeran en las empresas. Los comités de fábrica, de esta forma, “tenían derecho a fijar índices mínimos de producción y a controlar los costos”. Los propietarios de las empresas, por su parte, se encontraban obligados a facilitar a los órganos de control obrero toda información jurídica, contable, de costos o ganancial que pudiera resultar de relevancia para los trabajadores.
La aplicación del decreto sobre el control obrero, por supuesto, no hizo más que ayudar a extender el ya exacerbado caos político-económico imperante, convirtiéndose pronto en un caldo de cultivo ideal para la anarquía y la desorganización del trabajo. En este orden de asuntos, la manifiesta falta de conocimiento y “experiencia comercial” por parte de los obreros derivó en la ocurrencia de tristes episodios de robo, reventa de materiales, violencia y desobediencia generalizada.

El 15 de diciembre de 1917 se creó el Consejo Supremo de Economía Nacional (VSNJ), dependiente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Entre sus amplísimas funciones se encontraba la de organizar la economía, la industria, la producción y la hacienda pública nacional, pudiendo para ello elaborar todo tipo de normas tendientes a aunar actividades comerciales, a confiscar, requisar o secuestrar mercaderías o bien a nacionalizar diversas ramas de la industria y el comercio.
Las disposiciones “menores” del Consejo Supremo de Economía Nacional (VSNJ) eran implementadas en la esfera local por una amplia red de Consejos Regionales (SNJ) y departamentos (conocidos como “glavki”) encargados de controlar actividades concretas tales como la industria petrolera, la industria textil o la maderera. Aquellas disposiciones de mayor importancia eran controladas directamente por las altas esferas del VSNJ. Entre estas debe hacerse una referencia obligada a la profunda política de nacionalización de la economía soviética encarada con posterioridad a su creación. En este orden de asuntos, apenas un mes después de establecido el control obrero se nacionalizó a los bancos privados, a los que se fundió inmediatamente con el Banco del Estado creando así el “Banco Popular de la República Rusa”.
En enero de 1918, por su parte, se decidió nacionalizar los ferrocarriles y la marina mercante. Ahora bien, con prescindencia de estos dos grandes sectores industriales, inicialmente se nacionalizaron empresas aisladas y no ramas enteras de la industria. Más aún, hasta junio de 1918 las nacionalizaciones se hicieron de manera autónoma y local, esto es, desde abajo, a pedido de los obreros de una determinada empresa, sin la intervención y conocimiento de las altas esferas económicas de la Nación.
Quizá por esto, por los inconvenientes propios derivados de la nacionalización descontrolada de empresas en el interior de la nación rusa, a mediados de enero de 1918 se prohibió por decreto toda nacionalización no autorizada expresamente por el VSNJ. “Nadie debió tomar demasiado en serio esta orden –nos dice con justeza Alec Nové- toda vez que el 27 de abril del mismo año hubo que reiterarla, esta vez con una amenaza de tipo financiero: no se facilitarían fondos a las empresas que fueran nacionalizadas sin la autorización del VSNJ”.
A pesar de lo que podría creerse, sin embargo, hasta mediados de 1918 no se habían nacionalizado una gran cantidad de empresas (menos de quinientas, según se desprende de datos oficiales). Estos datos demuestran la escasa conciencia revolucionaria del proletariado ruso, los cuales -en términos generales- preferían continuar trabajando bajo las órdenes de un capitalista antes que solicitar la nacionalización de su empresa, lo cual podía dejarlo sin trabajo merced al sabotaje de los propietarios o a la propia inexperiencia comercia del movimiento obrero.
Según Nové, “el gran salto hacia el comunismo de guerra debemos fecharlo a finales de junio de 1918, con la promulgación del decreto de nacionalización, que afectaba, en principio, a todas las fábricas (en cuanto distintas de los pequeños talleres)”, y con posterioridad, a todo el comercio y a los seguros.
Las nacionalizaciones, finalmente, fueron acompañadas por el establecimiento de un sistema gubernamental de requisiciones de alimentos –siempre por la fuerza- a los campesinos. Así, según relata Max Nomad en su obra, “...las ciudades producían exclusivamente para las necesidades del ejército, comprometido en la guerra civil, y no tenían nada que ofrecer a los campesinos, a cambio de lo que les quitaban”.
El recrudecimiento de la guerra civil encontró a Rusia en extremo desorganizada, sin ferrocarriles, puentes transitables ni comercios. Así las cosas, resultaba imposible para las pocas fábricas que aún se mantenían en funcionamiento abastecerse de cantidades suficientes de petróleo y materias primas, así como para la población de alimentos, ropas y carbón.
En las ciudades acechaba el hambre y el frío. En el campo, comenzaban a volver aquellos terratenientes que habían sido despojados de sus tierras por decreto. En tales condiciones se implantó el comunismo de guerra.

Conclusiones:

Al producirse la revolución de marzo de 1917, Lenin se encontraba en Suiza. Desde allí escribió una carta al periódico ruso Pravda en la que vertió los siguientes conceptos: “la primera revolución (1905) preparó profundamente el terreno, arrancó de raíz prejuicios seculares, despertó a la vida política y a la lucha política a millones de obreros y a decenas de millones de campesinos, reveló ante cada uno –y ante el mundo entero- todas las clases (y los principales partidos) de la sociedad rusa en su verdadera naturaleza, en la correlación verdadera de sus intereses, de sus fuerzas, de sus medios de acción, de sus objetivos inmediatos y lejanos. La primera revolución y la época de contrarrevolución que le siguió (1907-1914) pusieron al descubierto toda la substancia de la monarquía zarista, la empujaron a su último límite, descubrieron toda la putrefacción, toda la ignominia, todo el cinismo y la corrupción de la banda zarista... Sin la revolución de 1905-1907, sin la contrarrevolución de 1907-1914, habría sido imposible una autodeterminación tan precisa de todas las clases del pueblo ruso...”.

De las anteriores reflexiones puede deducirse que la revolución de 1905 representó una suerte de ensayo general para la posterior revolución de febrero-marzo de 1917. Los trabajadores se conocían, sabían lo que tenían que hacer, en qué momento preciso atacar a la monarquía. La coyuntura política elegida por el movimiento obrero-campesino para llevar a cabo ambas revoluciones, en este sentido, demuestra claramente la veracidad de esta tesis: las revueltas se iniciaron en ocasión de encontrarse el zarismo en una situación de debilidad militar por haber enviado sus tropas a la guerra, esto es, fuera del territorio ruso. “La diferencia verdaderamente importante entre 1917 y 1905 estribó en lo que ocurrió al ejército. Mientras que en 1906 el ejército imperial casi intacto pudo ser empleado para aplastar las revueltas rurales, durante el verano y el otoño de 1917 se desintegró...”.
La noticia de la revolución, como sabemos, fue recibida por el pueblo con un notable y duradero entusiasmo. El triunfo sobre la autocracia zarista, a su entender, había sido absoluto. Para Lenin, en cambio, aún restaba realizar la etapa más importante de la revolución, restaba pasar del gobierno burgués de Kerenski a la instauración de una sociedad marxista. Escuchémoslo arengar al movimiento obrero desde su exilio:

“¡Obreros! Habéis hecho prodigios del heroísmo proletario y popular, en la guerra civil contra el zarismo. Tendréis que hacer prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para preparar vuestro triunfo en la segunda etapa de la revolución”.

Y el triunfo llegó. Apenas ocho meses después de comenzada la revolución de febrero-marzo de 1917, estallaba una nueva revuelta en Petrogrado. Una revolución que lejos de instituir los pilares sempiternos del marxismo en Rusia va a culminar en una feroz dictadura, no del proletariado sino inicialmente del partido bolchevique y luego de Stalin.

Por supuesto, Lenin y su partido pretendieron que el mundo viera al comunismo de guerra no como una salida a la guerra absolutamente necesaria dadas las condiciones imperantes, sino como un período en la vida soviética inmediatamente previo a la instauración del marxismo. El control obrero, en este sentido, se ideó con el fin de que los proletarios se familiarizaran en la dirección de las empresas, tal como sucedería si se alcanzara una sociedad sin clases. Ahora bien, como se ha intentado demostrar en el presente ensayo no debe pensarse al comunismo de guerra como una totalidad coherente aplicada al conjunto del país, “sino como una serie de decretos determinados por urgencias principalmente políticas y por necesidades de supervivencia”.
Es cierto, la verdadera naturaleza del conglomerado políticas conocido como comunismo de guerra aún sigue generando polémicas. Algunos ven en él una respuesta obligada a la profunda crisis política y económica. Otros, en cambio, un salto deliberado hacia el marxismo.

“¿Ha sido un error?, se preguntaba Lenin al analizar la política del comunismo de guerra que condujo a la crisis de 1921. “Sin duda alguna. A este respecto hemos incurrido simplemente en muchas equivocaciones y sería un gravísimo delito no ver y no comprender que no hemos observado la medida, que no hemos sabido observarla. Pero, por otra parte, también nos hemos visto ante una necesidad imperiosa; hemos vivido hasta ahora en medio de una guerra feroz, increíblemente dura, en la que no nos quedaba otra disyuntiva que actuar con arreglo a las leyes de la guerra hasta en el terreno económico”.

Puede ser que Lenin no tuviera –una vez alejado de la abstracción teórica y enfrentado a los dilemas propios del gobierno- verdaderas intenciones de lanzarse a construir un orden económico del todo socialista. Quizá sus verdaderas intenciones pasaban por afianzar la revolución por medio de una salida inmediata de la guerra y la posterior entrega de pan y de tierras a sus conciudadanos. Es esto una posibilidad.
Sus principales medidas, sin embargo, terminaron con el poder de los kulaks y de la burguesía, ayudando a edificar el socialismo en Rusia y a propagarlo por el mundo. La revolución de octubre de 1917, en este sentido, fue considerada como un eslabón de la revolución mundial, “y efectivamente el derrocamiento de la burguesía rusa abrió un período de revolución en toda Europa: Alemania, Italia, Hungría, Francia, Gran Bretaña, incluso en el Estado español se vivieron los efectos de la revolución rusa durante el llamado trienio bolchevique. El impulso de la revolución se dejó sentir en todos los países del mundo, animó la lucha en occidente y desató los movimientos antiimperialistas en las colonias. Pero a pesar de todo, la traición de los dirigentes socialdemócratas en Alemania, Italia y otros países, unido a la inmadurez y los errores de los jóvenes partidos comunistas permitió a la burguesía rehacer sus posiciones y derrotar temporalmente al proletariado. En estas condiciones, el aislamiento de la revolución se agudizó. Sin el concurso de un Estado obrero en Alemania, la revolución rusa tenía que enfrentarse a tareas gigantescas, hacer frente a la ruina de su economía y resistir la agresión militar imperialista. Eran las condiciones más desfavorables que se podrían imaginar para la transición del capitalismo a la sociedad socialista”.

Desde esta perspectiva, considero, debe analizarse el precipitado proceso de comunistización de la sociedad rusa, evidenciado a principios del siglo XX. A la luz de su coyuntura histórica, a la luz de su verdadera naturaleza política.


Bibliografía:


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